Pero las semillas son invisibles. Duermen en el secreto de la tierra
hasta que a una de ellas se le antoja despertarse. Entonces, se estira y,
tímidamente al principio, crece hacia el soll
Antoine de Saint-Exupéry
Cada lugar de la Tierra tiene su propio ritmo, cada estación está impregnada de un color y un aroma que le es propio y la caracteriza…. cada tiempo, cada momento, cada etapa de nuestra vida! Nuestro cuerpo capta “eso” que cada una de estas instancias propone.
Nuestro pequeño mundo se nutre sin duda de un entorno pero, al mismo tiempo, tiene su “propia música”, acordes que desde siempre lo acompañaron. El latido del corazón, primer sonido que escuchamos, nos confiere el pulso que nos lleva al movimiento: a la vida! Ese pulso tan propio es el que se acompasa con el ritmo del espacio y del tiempo que habitamos y, de esa conjunción, surge nuestro ritmo que varía y, a la vez, es constante.
En estos días un nuevo tiempo comienza y como todo inicio trae desafíos, experiencias, decisiones, descubrimientos, encuentros y desencuentros, caminos que se abren y un particular ritmo vibra en las sendas que empezamos a recorrer… podemos percibirlo y aprehenderlo. La invitación es a explorar la maravillosa oportunidad de estar plenamente presentes y en movimiento, la posibilidad de captar ese ritmo y acompasarlo con nuestro modo de ser y de estar en el mundo!
Concluida la expansión que el verano propone, el tiempo de otoño nos lleva hacia adentro, a una intimidad con nuestro ser anhelada. Y allí estamos, en el centro o en camino hacia allí, danzando suavemente, pausando, dejándonos llevar y acariciar por los días de tonos ocres y dorados, perfume a hojas caídas, sonidos suaves, visiones amplias y tardes silenciosas de atardeceres tempranos. Podemos adentrarnos en el mundo que nos rodea y nos convoca, dejarlo entrar y hacerlo parte de nuestro cuerpo sagrado para regalarnos una danza, la danza de otoño… entonces “dormir en el secreto de la tierra” hasta que le Sol vuelva a despertarnos con nueva fuerza y energía!